Destierro

asaron unos meses más. Nosotros estábamos sanos, al grado de soportar la penosa marcha hacia el lejano norte.

Era de mañana. Junto con un grupo de condenados, rodeados de soldados, nos llevaban fuera de la ciudad. El triste espectáculo era similar a un cortejo que marcha rumbo al silencio de los cementerios. El llanto de los padres, de las hermanas, de los hermanos y sus gemidos se mezclaba con la estridencia de las cadenas.

Sí, era triste el espectáculo, era más triste que la muerte. En este caso el hombre muere en vida porque cortan sus vínculos con el mundo y con los amigos, pero sus sentimientos no están muertos todavía, le afectan los fenómenos que lo rodean. Mas el cuerpo que yace en el ataúd es más afortunado porque no siente, no sabe lo que pierde; una fosa y la tierra fría le conceden la paz eterna.

¡Destierro!, qué horrible significado encierra esa palabra. Recorrer miles de millas con los pies engrillados, luchar contra las tempestades heladas que descuajan los gigantescos abetos, luchar contra el frío que raja, despedaza los peñascos; consumirse, extenuarse con los trabajos forzados en las minas…; esos son tormentos que sólo el condenado puede resistir.

Pero hay algo que no puede resistir y ante lo cual se quiebran todas sus fuerzas: son las lágrimas de la muchacha amada. Y he aquí que de nuevo aparece ella… Con los cabellos alborotados, llena de ira, aparece como un ángel demente. Ay, cuán terrible es su rostro enfurecido… Se esfuerza por acercarse a mí, los soldados la alejan…, ella vuelve a abalanzarse, no teme a las bayonetas. He aquí que la toman pero ella se desembaraza de nuevo, corre hacia mí…, se lo prohíben… Le arrebata el fusil a uno de los soldados, detona el arma. La golpean. Cae y ya no se levanta.

Es la muchacha loca”, se oye de todos lados.

Mi vista se nubla, ya no puedo ver nada, sólo siento que me golpean con las culatas de los fusiles.