¿Qué es el hurtacruz?


ejar la familia desamparada, errar durante largos, dilatados años de un extremo al otro del mundo; ese es el trabajo del hurtacruz[i].

El hurtacruz posee todos los conocimientos relativos a su oficio. Para ambular por diversos países sabe sus lenguas, conoce sus costumbres y, mezclándose con todos los pueblos, se expresa con tanta desenvoltura que es difícil determinar que es extranjero. Con sus compañeros habla en una lengua particular, la cual no puede entender nadie que no pertenezca a la comunidad de los hurtacruces. Es una lengua misteriosa, es la jerga de los ladrones.

Muchas veces el hurtacruz no habla para decir su pensamiento. Con sus ojos, cejas, labios…, en una palabra, con tal o cual ademán expresa oraciones enteras cuyos significados sólo entiende el otro hurtacruz. La mímica está sumamente desarrollada en su rostro. Puede mover como un mono aquellas partes de la cara que en otros son inmóviles. Yo vi a un hurtacruz mover sus orejas como un burro. A otro que movía la nariz hacia todos lados de una manera asombrosa. El hurtacruz, tomándole la mano a otro hurtacruz, le transmite su pensamiento sin pronunciar una palabra.


En caso de necesidad el hurtacruz sólo emite voces imprecisas o advierte a sus compañeros con el lenguaje de los pájaros y las fieras. Ese es su habla nocturna, sobre todo cuando uno está lejos del otro. Toda esa interlocución figurada está concertada con una precisión tal, que jamás yerra en su propósito.

El hurtacruz tiene un ingenio diabólico para transformarse. Disfrazarse, transfigurarse para aparecer como un hombre completamente distinto, son juegos en los que nadie puede competir con él. Es imposible ver al hurtacruz en su verdadera imagen; conforme a las diversas condiciones del país, del trabajo y de las circunstancias, siempre adquiere un nuevo aspecto y una nueva figura.

El hurtacruz encierra en sí los caracteres de toda la sociedad. Con asombrosa habilidad se desenvuelve en las variadas contingencias de la vida, entrando y saliendo de todos los pliegues de la sociedad, posee una incomparable capacidad de adaptación. Con la clase alta de la sociedad es soberbio, jactancioso, superficial y elocuente, noble con todo el brillo de la nobleza. Con la clase baja del pueblo es apacible, ingenuo y mal educado, plebeyo con todas las simplicidades del vulgo. Con el sabio discute como un grandilocuente orador, opina sobre todos los temas y exterioriza elevadas y sublimes ideas humanitarias. Con los molá
[ii] es oscurantista como la noche y fanático como fakir indio. El hurtacruz un día es luz y otro es sombra. Un día es bueno, otro día es malo.

El hurtacruz es un ejemplar repugnante. Es el abominable engendro de la sociedad corrupta, envilecida, inmoral. Es la hez, es el agua pútrida.

A veces es un canalla merodeador; es difícil que en la oscuridad de la noche el transeúnte solitario se salve de sus garras. De día es un cristiano dócil y piadoso y tiende la mano caritativa al pobre. En un lugar, por ejemplo en la taberna más sucia y baja, se emborracha con los carreros; en ese momento es un vicioso violento. En otro lugar, en el comedor más espléndido, hace gala de un gusto sumamente refinado en la elección de las bebidas y comidas; en ese momento es un ciudadano acomodado.

El hurtacruz es sumamente dúctil, flexible. Se inclina hacia todos lados, se mete en todos los moldes, adquiere variadas formas y nunca conserva una figura propia. Es un perfecto camaleón, un ser polifacético.

El hurtacruz sabe fingir, sabe engañar, sabe escurrirse cuando le echan la garra y esfumarse. Los ojos del policía más perspicaz no pueden rastrear sus huellas. Desaparece como un demonio y aparece como un ángel, pero cuando la suerte lo traiciona la cárcel es su ancestral albergue. No le teme a las cadenas y ante el verdugo inclina con desdén su cuello.

Mira el universo como al campo de su cosecha. Sabe arrancarle al trabajo general del hombre todo lo que le es necesario. No siembra pero cosecha. No produce pero consume. Vive del trabajo ajeno. Y para alcanzar ese objetivo pone en acción su ingenio incomparable. Y si no consigue rapiñar con medios falaces, entonces tiene presta su mano sanguinaria.

Lo tiene todo, pero no tiene nada. Se asemeja a la fiera carnívora que destroza las entrañas de un toro, le come el hígado, le bebe la sangre y abandona el resto, se aleja. Después, al no dar con otra presa, se queda hambriento durante días. El hurtacruz está un día harto, otro día famélico. Un día es rico, otro día es pobre.

Yo sólo he trazado algunos rasgos generales del hurtacruz, y los detalles los verá el lector en estas memorias. Ahora preguntémonos en qué país aparecieron los hurtacruces.

Cuando me encontraba en Salmasd
[iii], una de mis principales diversiones era ir a Savra. Este pueblo había adquirido fama porque en él habitaban los hurtacruces. Pero Savra tenía otros hermosos aspectos; la naturaleza era allí admirable, las mujeres eran más bonitas que las de los otros pueblos de Salmasd, vestían limpias, eran atractivas. Algunas de ellas engalanaban el harén del sha persa y sus parientes recibían un salario de por vida. Las casas de Savra, rodeadas por admirables jardines, lucían dignas y bellas.

Pero a mí me atraían mucho los hurtacruces. A decir verdad, era muy interesante sentarse a la hospitalaria mesa de esos errabundos, echar unos tragos con ellos y escuchar los larguísimos relatos de sus vidas, plenas de espantosas aventuras. El hurtacruz siempre cuenta sus actos con orgullo. Sus engaños, sus falacias y otras malas acciones las mira como hazañas. Considera valentía la vileza, la perfidia porque con frecuencia mediante ellas obtiene grandes sumas, aunque con frecuencia expone su vida a terribles peligros.

Savra era la guarida de los hurtacruces. Aun cuando era posible no encontrarlos en cada pueblo de Salmasd habitado por armenios, no había ninguno como Savra, donde la totalidad de sus habitantes estaban entregados a tales abyectas actividades. De dónde y cómo adquirieron este oficio, es difícil explicarlo; sólo podemos decir que se habían familiarizado tanto con semejante actividad que para ellos se había vuelto una necesidad vital.

Entras en el pueblo de Savra. En la calle juega una multitud de niños y piensas que aquí se han reunido los chicos de todo el mundo. Los verás con las vestimentas y los sombreros de todos los países, de todos los pueblos. ¿Qué milagro es ese? Ves niños con las ropas de China, India, África, América, hasta de los rincones más ignotos de Europa. Los hombres, igualmente, se pasean con las indumentarias más variadas. Luego comprendes que esos errabundos, a su regreso del extranjero, trajeron para sus hijos las ropas de los países que recorrieron.

Entras en la casa del habitante de Savra. Las habitaciones están adornadas con muebles de todos los países. En las paredes han pegado sin gusto y sin orden diversos retratos. Ves una escena de las luchas de Garibaldi, a su lado varias imágenes de la Virgen, luego la figura del judío errante, luego Jesucristo hablando junto a la fuente con la samaritana, luego una escena de la vida de los faraones, luego algunas beldades semidesnudas bañándose en el arroyo, luego el retrato de Pío IX, etcétera.

Se presenta un cuadro muy impresionante cuando echas una mirada sobre la vida familiar de Savra. En la mayoría de las casas encuentras hurtacruces acabados, retirados, ancianos. Esos talentosos maestros, experimentados en el ancestral oficio, instruyen, forman a sus discípulos, a los pequeños, a los nuevos hurtacruces. Los jóvenes han emigrado y las mujeres se han quedado sin sus maridos.

La mujer de Savra es paciente, decentemente paciente. Espera largos, larguísimos años. Sobrelleva la pobreza seducida siempre por la dulce esperanza de que su marido regresar un día con riquezas. Recibe a su hombre con el jactancioso orgullo con que la mujer del kurdo recibe a su héroe cuando regresa del campo de batalla, trayendo consigo un enorme botín, producto del pillaje.

Semejante estado de la mujer de Savra ha cambiado no sólo su carácter, sino también su posición social. Ella es el hombre cuando su marido no está en la casa. No lleva una vida cerrada como las mujeres de los otros pueblos de Salmasd. Toda la responsabilidad, el peso de la familia recaen sobre ella porque el hombre no está en la casa. Incluso participa en los trabajos de su comunidad rural, como ser en la distribución de los tributos, el reparto rotativo del agua, el arado, la siembra; en una palabra, se ocupan de todas las necesidades de la economía rural. Imagínese la situación de una mujer semejante, que es madre de familia, que vive en Asia y cuya actividad fuera del ámbito familiar puede exponerla a mil y una tentaciones.

Hasta el cementerio de Savra carece de hombres. La mayoría de ellos muere fuera de la patria y es enterrado en suelo extraño. En el cementerio de Savra se encuentran innumerables tumbas en las cuales descansan, no los restos de tal o cual hurtacruz, sino su sombrero, o su bastón de peregrino, o los zapatos, en fin, algo que de lejanas tierras trajo el compañero del muerto como único recuerdo para su doliente esposa. La mujer manda enterrar el valioso símbolo y levanta un sepulcro destinado a recordar la memoria de su marido. Y todos los años, al celebrarse la misa de los difuntos, la infortunada quema incienso, manda bendecir la tumba y sobre ella derrama lágrimas. A mí me mostraron la tumba de un famoso hurtacruz que había muerto en Japón, donde sólo descansaba su petaca de rapé.

Sucedían cosas asombrosas. Muchas veces, cuando aún no había terminado la luna de miel, el hombre abandonaba a su novel esposa y se marchaba a tierras extrañas. Pasaban años, diez, veinte años, y ella seguía esperando. Después se enteraba de su muerte, recibía un recuerdo de él y lo mandaba enterrar en el cementerio. Y sucedía no pocas veces que el “difunto”, después de muchos años, aparecía de pronto como emergido del abismo, consumido, encanecido y completamente viejo. Pero él había dejado su patria y su familia cuando todavía era sano y joven. Encontraba a su familia dispersa, su casa destruida, la esposa convertida en la mujer de otro hombre y en madre de otros hijos. Solamente leía sobre una lápida sepulcral su nombre, la inscripción de su muerte…


Antes de la guerra ruso-persa de 1826, el pueblo de Savra era una pequeña ciudad de unos miles de habitantes. Cuando después de la contienda más de cuarenta mil armenios emigraron de Persia a Rusia, junto con ellos también abandonaron Savra. Pasando al otro lado del río Yerasj, los savrasianos se dividieron y fundaron pueblos en la provincia de pero la comunidad de los hurtacruces no cambió su oficio.

En poco tiempo se extendió a las regiones mas alejadas del imperio ruso y volvió a poner en práctica sus artimañas. En aquel entonces hacía poco que los rusos dominaban la provincia de Ereván. El gobierno no perdió de vista a sus nuevos residentes, los hurtacruces. Se prohibió entregarles pasaporte o dejarlos pasar de Transcausa a otros lugares del Imperio. Pero esa disposición no les impedía a los hurtacruces falsear esos documentos e ir adonde quisieran. Aparecían en los lugares más recónditos de Rusia, mayormente como monjes griegos, simulando ser correligionarios de los rusos para conquistar su simpatía.

Y no sólo el gobierno fijó su atención sobre los hurtacruces; también la prensa rusa se ocupó un tiempo de ellos. N. F. Tuprovín, el célebre historiador de Transcaucasia, en sus descripciones etnográficas referidas a los armenios habla también de los hurtacruces. B. Maslovski, E. Meleshko y Chelinaki igualmente se refieren a ellos.


En general, los escritores rusos opinan que los hurtacruces no son armenios verdaderos, sino una clase de gitanos que, si bien hablan en armenio, tienen su lengua y sus costumbres propias; en su mayoría lucran con los objetos de culto del cristianismo, recorren Rusia como religiosos griegos y en el exterior siempre evitan a los auténticos armenios para no ser reconocidos.

Entender que los hurtacruces son gitanos armenizados y no auténticos armenios es una hipótesis que aún no está comprobada y que al presente es objeto de controversia. Ante esa opinión yo no tengo nada que decir a favor ni en contra. Sólo me permito hacer notar que es errónea la creencia de que los hurtacruces tienen una lengua propia. Tienen, como señalé antes, una clase de lengua ficticia, convencional; tienen un argot. Esa es la razón por la cual la conversación de un grupo de hurtacruces sea incomprensible para otro grupo. Si el hurtacruz hablara ese argot con su mujer y con sus hijos, tampoco ellos lo entenderían. Y esa lengua, cuando se torna inteligible, es modificada muy rápidamente en el grupo.

Quien haya estudiado un poco el significado de la lengua del pardillo, la lengua del gorrión, la lengua del cuervo, puede entender que, al introducir voces adicionales en las palabras armenias, es factible la creación de un lenguaje tal que otro armenio no pueda entender. El empleo de esta clase de lengua es habitual aún hoy en muchos de nuestros armenios provincianos.

Yo no niego que nosotros hemos tenido y tenemos en la actualidad armenios gitanos. Pero tanto en las costumbres como en las condiciones sociales existe una gran diferencia entre los armenios gitanos y los hurtacruces. Los armenios gitanos son nómadas como las demás razas cíngaras de Asia, llevan una vida errática, emigran de un lado a otro con la familia, en grupos enteros, no se dedican a la agricultura. Las mujeres de los armenios gitanos practican la hechicería, bailan, cantan, y los hombres son músicos o se dedican a algunos míseros oficios, como armar cribas, tejer cestos, etcétera. No son falaces ni embaucadores. Son gente pobre pero a un tiempo sobria. No tienen grandes propensiones a la riqueza. Representan al auténtico tipo del gitanismo y han conservado los hábitos de la vida gitana. El hurtacruz, por el contrario, es sedentario, no ambula con su familia; los hombres yerran pero las mujeres no se mueven de su sitio. Poseen una próspera economía en su patria; su casa, su jardín, su huerta, sus campos de cultivo pueden servir de modelo para los agricultores más desarrollados. Pero cuando el hurtacuz sale de la casa, entonces entra en los negocios. Muchas veces sin nada participa de importantes especulaciones monetarias. No se contenta con poco, tiene una insaciable proclividad a crecer, a subir, a enriquecerse. Y esa desenfrenada ambición lo arrastra a los engaños y las mentiras. En los cargos gubernamentales también procura, con infatigable empeño, trepar siempre más arriba. Hubo hurtacruces que antes del dominio inglés ejercían la función de primer visir de los soberanos indios o eran virreyes de ciudades enteras. Todo esto nos lleva a la conclusión de que los hurtacruces, si no son armenios gitanos, tampoco son auténticos armenios. Pertenecen a una subespecie de los armenios.

¿Pero qué significa hurtacruz?, ¿cómo adquirieron ese nombre? Por sus costumbres los hurtacruces merecieron algunos otros nombres, como ser ahogaviejas, pintaburros, savranianos, etcétera. Vale la pena detenernos en ellos.

Les dicen hurtacruz porque uno de ellos fingió ser monje e ingresó en una iglesia o en un convento con una función religiosa. Luego desapareció de golpe robando todas las cruces y los objetos de plata del templo. Los llaman ahogavieja porque esta gente suele acercarse a las ancianas ricas, relacionarse, intimar con ellas y cuando se familiarizan con el medio súbitamente las ahogan, robando toda la fortuna y desaparecen. Les dicen pintaburro por su excesiva habilidad en la práctica del robo.

El huratcruz es capaz de robar, por ejemplo, un burro gris, y pintándolo de negro vendérselo a su dueño anterior. Éste jamás podrá sospechar que ese animal le perteneció en un tiempo. Los llaman savranianos por el pueblo del cual son oriundos, Savra , en la provincia persa de Salmasd.

Tras la emigración de los armenios de Persia en 1827, si bien la mayoría del pueblo de Savra, como señalé antes, se trasladó a la provincia de Ereván, en Savra permanecieron y permanecen todavía varios cientos de familias de hurtacruces.


Durante mi estada en Salmasd iba a menudo al pueblo de los hurtacruces. Mi propósito era no sólo estudiar la vida de esos aventureros, sino que me interesaba particularmente la historia de un célebre hurtacruz a quien llamaban Murat. Me mostraron su casa, entré en la habitación en la que otrora había vivido ese hombre que había dejado en la memoria de sus colegas asombrosas historias. Hacía tiempo que Murat había muerto, sería más correcto decir que fue asesinado, sin dejar herencia. Sólo encontré a su esposa, la septuagenaria Nené, una mujer de rostro bondadoso y ojos inteligentes. Con dificultad accedió a contarme algunos episodios de la vida de su marido. Pero lo que me contó fue suficiente para satisfacer mi curiosidad.

Cuando intimé con la anciana y ella comprendió el propósito de mi indagación, fue más complaciente conmigo. Le pregunté si el difunto había dejado algo escrito. Se levantó, extrajo de un cofre un cuaderno y me lo entregó con manos temblorosas. El descubridor de un tesoro oculto entre ruinas no podía alegrarse tanto como me alegré yo en ese momento. Ese cuaderno descolorido y ajado por el tiempo era el diario de Murat. Estaba escrito en distintos momentos y con diferentes colores de tinta. En algunas partes faltaban páginas enteras y en otras los capítulos iniciados quedaron inconclusos. Con todo, el cuaderno contenía informaciones sumamente interesantes, tanto con respecto al autor como a los hurtacruces en general.

Las omisiones las completó la anciana con sus relatos. Hacía tiempo que yo tenía la intención de escribir algo acerca de los hurtacruces, y para ese propósito me bastaba el diario de Murat, al que había titulado “Las Memorias de un Hurtacruz”. Yo también le puse ese nombre a mi novela. Algunos de mis amigos me aconsejaban no publicarla. ¿Pero hasta cuándo vamos a ocultar nuestras manchas? Sería como el enfermo que por vergüenza oculta sus heridas, las cuales, infectándose, gangrenándose día a día más, contaminan todo el cuerpo.

La anciana que mencioné no es un personaje imaginario, sino la misma Nené a la que el lector conocerá en el curso de esta novela. Ella falleció en 1857, habiendo vivido como una mujer virtuosa y una cristiana devota. Y Murat, el héroe de esta novela, es también un personaje histórico que luego, alejándose de la comunidad de los hurtacruces, ingresó en otro grupo y llegó a ser miembro de otra sociedad, a la que el lector conocerá cuando lea mi libro Chispas.

Con estas palabras introduzco al lector en "Las memorias del Hurtacruz", conservando el mismo estilo y el mismo orden con que Murat escribió su historia.

[i] Traducción literal del vocablo jachakogh, compuesto por jach (cruz) y kogh (ladrón), lo que vale por ladrón de cruces (N. del T.).
[ii] Sacerdote mahometano. (N. del T.)
[iii] Región de la provincia de Azerbeiján, en Persia. Se encuentra en la margen occidental del lago Urmia.